Tu rostro me llega con el vacio en los ojos de los ahogados, de los sumisos e indefensos, de los tristes y apagados que dejaron de encender velas a un santo.
Al unísono, las voces del anfiteatro declaman por encima del espíritu complaciente de los inmisericordes. Ten piedad, ten piedad.
Al unísono, las voces del anfiteatro declaman por encima del espíritu complaciente de los inmisericordes. Ten piedad, ten piedad.
2 comentarios:
Cómo me gusta esa manera tuya tan sútil de hablar de algo sin hablar de ese algo . Tú me entiendes...
Sí,que vacio en el que rebotan los gritos de los humildes.
Saludín
R.A.
A veces es demasiado dura la realidad y las palabras más significativas son como dardos en una diana sangrante. Hablar de los abandonados a su suerte –esto de la suerte es relativo, nuestras vidas están tan enlazadas que se mueve una ficha y otras muchas caen-, es decir de un dolor agudo, de aquél dolor del alma ante tanta monstruosidad.
Llegué, vi y lamenté que tanta columna alzada no cobijase otras cabezas sin techo, que en todas sus estatuas hubiera las huellas de miles de manos, de dedos castigados por el dolor. ¿Cómo mirar con ojos indiferentes todo aquello que se esconde bajo un paño de tejido noble –tanta tela desperdiciada-, que cubre las vergüenzas de quien se pasea ante el mundo diseminando avasallamiento espiritual?
Saludines, querida Rosana.
Montse.
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