BORSALINO.
Mi abuelo lucia sombrero de paño negro: ala corta, banda de hilo panameño, cinturón satinado. Él era un tipo impecablemente pulcro, metódico, muy exigente. Yo nunca le afeité ni le corté las uñas. Sin embargo me enseño a jugar al dominó. Solo pude tenerle en la última década de su vida, -la que él quiso compartir con tres féminas- pero me dejó la ternura de sus ojos azules cuando de lejos me veía venir, al acabar el colegio.
Mi cabeza nunca estuvo coronada por un borsalino, cuando aún sin llevar la mano le ganaba una nueva ronda: cierre, capi real.
CELTAS.
Ya lo dije –en otra estación de la red-, que jugábamos con las vías. Pero no dije todo el montaje que se organizaba cada vez que mi padre y yo salíamos. Yo era la segunda –aunque nunca ejerciera como tal-, y la pequeña nos buscaba por todos los rincones posibles de la casa. Ella me buscaba a mí -objeto de su malestar-; si hubiera seguido la estela de mi padre lo habría encontrado en el descansillo de la escalera; me esperaba.
Un día no salimos más. Fue aquel día que ella pedía una escalera para ir al cielo a buscarlo.
TRICICLETA.
Mi hermano fue el único de nosotros tres en tener su tricicleta. Claro, era el mayor y antes se compartían las cosas. Por mucho que se empeñasen los Reyes de Oriente, los obsequios eran finalmente para todos los pequeños de la casa. Más tarde empezaron las disputas: que si me toca a mí, que si tú has estado mucho rato, que si ya verás a la mama...
Con el tiempo –sabio que todo lo coloca en su sitio-, fuimos entendiendo el alcance de las cosas, y nos conformábamos: yo la ida, tú la vuelta, y él, el resto del domingo.
Mi abuelo lucia sombrero de paño negro: ala corta, banda de hilo panameño, cinturón satinado. Él era un tipo impecablemente pulcro, metódico, muy exigente. Yo nunca le afeité ni le corté las uñas. Sin embargo me enseño a jugar al dominó. Solo pude tenerle en la última década de su vida, -la que él quiso compartir con tres féminas- pero me dejó la ternura de sus ojos azules cuando de lejos me veía venir, al acabar el colegio.
Mi cabeza nunca estuvo coronada por un borsalino, cuando aún sin llevar la mano le ganaba una nueva ronda: cierre, capi real.
CELTAS.
Ya lo dije –en otra estación de la red-, que jugábamos con las vías. Pero no dije todo el montaje que se organizaba cada vez que mi padre y yo salíamos. Yo era la segunda –aunque nunca ejerciera como tal-, y la pequeña nos buscaba por todos los rincones posibles de la casa. Ella me buscaba a mí -objeto de su malestar-; si hubiera seguido la estela de mi padre lo habría encontrado en el descansillo de la escalera; me esperaba.
Un día no salimos más. Fue aquel día que ella pedía una escalera para ir al cielo a buscarlo.
TRICICLETA.
Mi hermano fue el único de nosotros tres en tener su tricicleta. Claro, era el mayor y antes se compartían las cosas. Por mucho que se empeñasen los Reyes de Oriente, los obsequios eran finalmente para todos los pequeños de la casa. Más tarde empezaron las disputas: que si me toca a mí, que si tú has estado mucho rato, que si ya verás a la mama...
Con el tiempo –sabio que todo lo coloca en su sitio-, fuimos entendiendo el alcance de las cosas, y nos conformábamos: yo la ida, tú la vuelta, y él, el resto del domingo.
4 comentarios:
Feia temps que havia perdut el temps per a la lectura. L'he retrobat!
M'agrada com sonen els teus relats.
Vaja, Rosa... ara et trobo. T'he enviat ara mateix un correo... entro i et trobo, però a fora, al post no consta el teu comentari... potser quan acabi aquest meu, siguin tots dos...
Però tal com et deia, gràcies per la teva lectura.
Una molt forta abraçada,
Montse.
Tinc la sensació d'haber-me perdut moltes coses. És un plaer llegir-te
`Petonents
Hi ha un temps pel dolor, pel silenci,per la reflexió... per viure. No Rosa, mai es perden les coses. Queden a dintre de les persones, i també hi ha un temps de retrovament.
M'agrada aquesta foto teva, es lluminosa.
Un petonet,
Montse.
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