
En contadas ocasiones es que va a donde suena la música y se muerde el polvo hasta la madrugada. Hasta allí se desplaza acechando la ocasión a sus deseos, para que se avive nuevamente la escritura. Como en una hoguera, atiza el fuego con miradas y las palabras revuelven epopeyas incandescentes. El diálogo establecido, de un labio a otro labio, levanta los fantasmas del pasado, y siete jaulas entreabiertas liberan los demonios contenidos.
De las siete, solo en una queda un pecado, diminuto sustantivo que casi ni se atreve a asomar: la pereza. Y entonces, él se levanta y marcha.
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