
¿Cuánto queda?, me preguntabas a cada instante. ¿Cuanto quieres?, replicaba yo. Porque todo se reducía a eso, a saber realmente cuanto tiempo querías quedase. Y a veces, muchas veces, me parecía que la eternidad estaba muy cerca, al alcance de mis dedos nerviosos, repiqueteantes en la mesa, respondiendo a los mismos latidos anhelantes que nunca, nunca asomaban por mis labios. Solo una perceptible sonrisa, relajada mueca de consentimiento y adoración.
¿Cuánto queda? repetías. Ni lo supe entonces, ni lo he sabido después. Solo sé lo que sí quedó depositado en un espacio virtual de memoria, las notas de una sinfonía que al oírla nuevamente, baten dos manetas sobre un oscuro telar curtido por el pasado.
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