MCMLXI

Desde el patio ascendía -cual chimenea encendida- un teatrillo de voces infantiles tras el cancionero popular. Todo se había iniciado un día 7, acabando el invierno. Mucho después -oculta tras el murmullo del agua- la lectura susurrante del pez divergente: ciencias o letras. Ciencias para subsistir, letras para malvivir.

MGJuárez
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Madeja




Las tardes seguían siendo cortas, así lo anunciaba cada día la tibieza del sol, que apagándose, aún iluminaba los chillidos de los que jugaban y a los perros que ladraban las carreras. Antes de que la noche apareciera con sus sombras, ovillaba la lana entre dos sillas. Vuelta y vuelta, la madeja deshaciéndose. Para evitar quedase demasiado prieto, su arrugada mano ahuecaba el ovillo. En esto que se acerca el gato, tranzando un camino lento y sinuoso, para acomodarse en la falda cálida de la anciana. Mientras decrece el cielo, el felino también se ovilla en su regazo.

Fuera se quedó el ruido de la tarde, los transeúntes agitados en su paso, la prisa de la hora, uno que corre sudoroso, otros conversan agitadamente, una pareja y su beso, las bicis rápidas y felices, su ring-ring impertinente. Como si nadie quisiera acabarla, la tarde languidecía entre murmullos…

Porque fue en esas horas previas al descanso, cuando llegó una visita inesperada. Eran vecinas, y sin embargo nunca habían estado tan cercanas, tan próximas la una de la otra, casi confundidas en un mismo vaho etéreo, como en ese instante.

El ovillo rodó, se alejaba de la habitación huyendo escaleras abajo, hasta llegar a la puerta. El gato daba saltos arqueándose su lomo, con la furia desatada por la sorpresa.

Desde entonces, la casa permanece cerrada. Nadie ha venido para habitarla, ni tan siquiera para arreglar su muro más descuidado, no otro, sino aquel que también forma parte de la otra vivienda, aún más eterna.

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