MCMLXI

Desde el patio ascendía -cual chimenea encendida- un teatrillo de voces infantiles tras el cancionero popular. Todo se había iniciado un día 7, acabando el invierno. Mucho después -oculta tras el murmullo del agua- la lectura susurrante del pez divergente: ciencias o letras. Ciencias para subsistir, letras para malvivir.

MGJuárez
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Vainica doble


En el cuarto de costura había un orden sagrado: la ropa bien doblada, las camisas con su cuello vuelto, abotonadas, con las mangas plisadas en dobleces perfectas, apiladas en la silla de anea, y la mesa camilla con una labor: una sábana inmaculada.

Desde allí, repasaba el resto de cuartos; en la cocina, enseres a medio guardar: platos, vasos, alguna olla y una picada sartén -de aquellas hondas, las de hacer migas en el campo-, se había quedado desubicada en la pica maltrecha. En el patio cercano –recién encalado-, yacía un barreño metálico que ya había perdido la brillantez de lo nuevo. La ropa húmeda muy estrujada, se escurría desde hacía horas. En cada ángulo, las aspidistras, ahora luminosas tras la lluvia. En la habitación, la cama ventilándose, era una fría alcoba con inmensos ventanales abiertos de par en par. En el baño, alicatado de azulejos hasta media pared, una ambarina luz del afeite masculino junto al peine nacarado, bajo la cortina luminosa del sol traspasando la vidriera plomada.

En sus manos crecía el tramado vertical. A través de su calado se adivinaba el sudario de todas sus noches insomnes y sus días de flor cautiva en una vainica doble.

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