No llueve. Raramente, aún no. El cielo raso y abajo la rambla desplomándose. Ni agua ni palabras que arrastren esta indolente tristeza. En la tarde silenciosa, extraño puente derrotado que alcanza los dos lados de un rio, seco de palabras. Emergen piedrecitas sumergidas desde el lagrimal de unos ojos muertos.
AL TROTE, AL TROTE.
Vencen las horas húmedas de tinta. Otras velocidades invitan a soñar, a relatar la cita con el otoñal destino, ahora adornado de cintas ocres y moradas. A dibujar una brisa celeste, un mantel extendido, dispuesto a recibir tras el paseo: el sol detenido y la espumosa risa crecida entre viñedos.
A GALOPE, A GALOPE.
Un pálpito de palabras resonando en la caja de tu auricular. Altavoz que amplifica los verbos, los adjetivos, todo un vocabulario de cuchillos afilados lanzados acertadamente. Libre la jauría de tu boca –sangriento labio sobre otro labio- acecha el añil del verano. El arcano triunfal de un juego realmente estrafalario.
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